domingo, 3 de febrero de 2008

Bienaventurados


Haz, Señor, resonar tu voz
en medio del ruido del mundo

Mira que el golpetear de los segundos
en nuestros oídos,
la prisa de buscar el pan de cada día,
la agenda apretada de citas
y los aparadores en que se ofrecen
los sueños de bienestar,
nos han hecho sordos a tu voz
y ciegos a tu presencia.

Sin embargo,
brillas en la pequeñez de los sencillos:
de los pobres,
de los niños,
de los hambrientos
y de los que sufren…
ellos cuando nada poseen,
son capaces de abrirse
a la infinita esperanza de tu amor…

y nosotros, ¡ay! nosotros,
que hemos sido puestos en el mundo,
sembrados por tu mano
para dar cumplimiento a esa esperanza,
nos quedamos tullidos
y con los ojos llenos de amargura.

Los problemas reales de la subsistencia,
de la soledad,
son un grito para nuestra propia salvación,
porque si pensamos que nos bastamos,
¿cómo descubrirnos acariciados
por tu presencia providente?

Bienaventurado tú que sufres,
enséñame a amarte,
enséname y llévame al Dios en que confías…

Ven, Espíritu Santo, padre de los pobres
y transforma mi corazón.
Amén.

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