14 de junio de 2009
Veamos ahora sencillamente y de una manera esquemática, los simbolismos que encierra el Corazón de nuestro Rey adorado y hermoso:
* Ejemplar y modelo. Retomando las enseñanzas de San Pablo, que nos decía que el designio del Padre es “hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra” (Ef 1,10). De esta manera, el Corazón de Jesús se nos presenta como el ejemplar y modelo de toda la obra de la Creación, de la Redención y de la Glorificación. Todo está concentrado en el Corazón de Jesús, todo fluye en definitiva del Corazón de Jesús. Esto es lo que leemos en la Carta a los Colosenses: “El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en El fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles... todo fue creado por El y para El. El existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea El el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud, y reconciliar por El y para El todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1,14-20). Cuando decimos “Corazón de Jesús, unido sustancialmente al Verbo de Dios” hablamos de una unión sustancial, de lo que llamamos la unión hipostática, como ya hemos visto. Y todo esto nos lleva a considerar que en Jesucristo tenemos la síntesis de Dios y del hombre, armónicamente simbolizada en el Corazón de Jesús (Cuerpo, Alma, Divinidad), y en consecuencia, la síntesis de todas las cosas del cielo y de la tierra.
* En segundo lugar, el Corazón de Jesús es símbolo del Amor de Dios. En la Carta a los Romanos el Apóstol exclama: “¿Quién nos separará del Amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Mas en todas estas cosas vencemos por Aquél que nos amó. Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (8,35. 37-39). Ese Amor de Dios revelado en Cristo, se manifiesta concretamente en su Corazón divino-humano, humano-divino, su Corazón de carne, en el cual habita, como en un sagrario viviente, la plenitud del Amor de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
* El tercer simbolismo es el del dolor. Antes hemos dicho que el Corazón de Cristo es la suma de todos los misterios de nuestra Redención. Y decir Redención equivale a decir sufrimiento, sacrificio, muerte, pasión, dolor. Esto es lo que encierra aquella letanía que reza “Cor Iesu, lancea perforatum”, es decir, traspasado por una lanza. Y de ese costado perforado brotó sangre, lo cual nos está indicando que allí hay muerte, hay dolor, hay sufrimiento, porque es el misterio de un Amor rechazado por los hombres, que llega hasta la locura de la muerte en cruz.