11 de junio de 2009
En la Carta a los Efesios dice también san Pablo: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el Amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios” (3,17-19).
Este texto es fundamental, puesto que en él san Pablo realiza como una especie de descripción del Corazón de Cristo. En lugar de decir la palabra ‘corazón’ dice ‘anchura’, ‘longitud’, ‘altura’ y ‘profundidad’.
La anchura, porque el Corazón de Cristo es tan ancho que en él entran todos los hombres, ¡hasta sus enemigos! La longitud, porque es eterno, en efecto, el Amor de Jesús a los hombres es para siempre: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), hasta el final de su vida y por toda la eternidad, y hasta el final de sus fuerzas humanas.
La altura, porque es sobrenatural, es el Amor de Dios infinito, que se ha manifestado en el Corazón de Jesús. Es el mismo Amor trascendente de Dios Padre a los hombres, que se revela en el Hijo, el Verbo encarnado.
Y la profundidad, como la misma palabra lo expresa, por la profundidad de los Misterios de Cristo. Como dice san Pablo: “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2,10).
El Apóstol dice que el amor supera toda ciencia, todo conocimiento. He aquí otro punto muy importante. Fijémonos en estas palabras: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el Amor (o sea, enamorados de Cristo) podáis comprender... el Amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef 3,17). Es decir que no podemos comprender el Amor de Dios, en Cristo, si no es amándole, porque se trata de una ciencia “experimental”. No es un conocimiento puramente racional, ni siquiera meramente teológico o bíblico, aunque todo esto es importante. Es algo mucho más grande, es un conocimiento por connaturalidad; en realidad tendríamos que decir por ‘con-sobrenaturalidad’. En definitiva, se trata de un conocimiento místico, obra de los dones del Espíritu Santo, especialmente del don de sabiduría y el don de entendimiento. Como dicen las Letanías al Corazón de Jesús: “... en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, de la ciencia divina, no meramente humana. Es un conocimiento que solamente se tiene experimentando el Amor de Dios a nosotros por Cristo, y el amor de nosotros a Dios por Cristo. Es lo que decimos y cantamos en la doxología de la Santa Misa: “Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso”, “Por Cristo, con El y en El”.
Este texto es fundamental, puesto que en él san Pablo realiza como una especie de descripción del Corazón de Cristo. En lugar de decir la palabra ‘corazón’ dice ‘anchura’, ‘longitud’, ‘altura’ y ‘profundidad’.
La anchura, porque el Corazón de Cristo es tan ancho que en él entran todos los hombres, ¡hasta sus enemigos! La longitud, porque es eterno, en efecto, el Amor de Jesús a los hombres es para siempre: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1), hasta el final de su vida y por toda la eternidad, y hasta el final de sus fuerzas humanas.
La altura, porque es sobrenatural, es el Amor de Dios infinito, que se ha manifestado en el Corazón de Jesús. Es el mismo Amor trascendente de Dios Padre a los hombres, que se revela en el Hijo, el Verbo encarnado.
Y la profundidad, como la misma palabra lo expresa, por la profundidad de los Misterios de Cristo. Como dice san Pablo: “El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2,10).
El Apóstol dice que el amor supera toda ciencia, todo conocimiento. He aquí otro punto muy importante. Fijémonos en estas palabras: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el Amor (o sea, enamorados de Cristo) podáis comprender... el Amor de Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef 3,17). Es decir que no podemos comprender el Amor de Dios, en Cristo, si no es amándole, porque se trata de una ciencia “experimental”. No es un conocimiento puramente racional, ni siquiera meramente teológico o bíblico, aunque todo esto es importante. Es algo mucho más grande, es un conocimiento por connaturalidad; en realidad tendríamos que decir por ‘con-sobrenaturalidad’. En definitiva, se trata de un conocimiento místico, obra de los dones del Espíritu Santo, especialmente del don de sabiduría y el don de entendimiento. Como dicen las Letanías al Corazón de Jesús: “... en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, de la ciencia divina, no meramente humana. Es un conocimiento que solamente se tiene experimentando el Amor de Dios a nosotros por Cristo, y el amor de nosotros a Dios por Cristo. Es lo que decimos y cantamos en la doxología de la Santa Misa: “Per Ipsum, cum Ipso et in Ipso”, “Por Cristo, con El y en El”.
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