miércoles, 17 de junio de 2009

Novena al Sagrado Corazón. Día 8

17 de junio de 2009

Pero también esa lanzada, en el sentido opuesto y a la luz de la Sagrada Escritura y de los escritos y vidas de los santos, simboliza las delicadezas de amor de aquellas almas que de alguna manera han vulnerado al Corazón de Jesús, como dice la esposa en los Cantares: “Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa”, “Has herido mi corazón, esposa y hermana mía, has herido mi corazón con uno de tus ojos, con uno de tus cabellos” (4,9). Por eso, todo acto de amor hiere dulcemente al Corazón de Jesús, como todo acto de amor del amante hiere dulcemente al ser amado. Cuando Dios nos muestra su Amor, sus delicadezas, nos hiere, pero esa herida, en lugar de producir dolor, como en el caso de los enemigos, produce un gran deleite. ¡Son heridas de amor, son dardos de amor, son saetas de amor! Por eso santa Teresa, cuando quiere explicar lo que es el amor, lo compara a una saeta, a un dardo. Ella tuvo la experiencia, en el convento de la Encarnación, de un ángel que se le apareció y le clavó un dardo, una flecha encendida en el Amor de Cristo que le traspasó el corazón, en medio de un éxtasis místico, produciéndole un deleite inefable.
Otra escena entrañable y muy a propósito de lo que venimos diciendo, es la que nos narra san Juan en su Evangelio (13,23), cuando recuesta su cabeza sobre el Corazón de Jesús, en la última Cena, el Jueves Santo. Este pasaje ha sido comentado, de una u otra forma, prácticamente por todos los místicos, los cuales han visto simbolizado en él todo el Evangelio, el ápice de la vida cristiana: el matrimonio espiritual del alma con Jesucristo. Y ahora que decimos matrimonio espiritual, recordemos cómo el amor entre el hombre y la mujer se simboliza por los dos corazones, o un corazón traspasado por los nombres de los amantes. Y Jesús ha querido también tener Corazón, al igual que nosotros, y que ese Corazón sea abierto por la lanza del soldado el Viernes Santo en el Calvario, precisamente para que a través de esa llaga entremos en Él y descubramos los tesoros escondidos de su Amor, y nos embriaguemos de la sangre y del agua que brotan de su costado.
Incluso ha habido santos que tuvieron la experiencia mística de que el mismo Jesús les presentara su propio Corazón y han sentido la impresión de tomar, de mojar los labios en la sangre del costado. Ciertamente que son fenómenos místicos, pero que indican una realidad profunda, que es esa fusión del Amor del Corazón de Jesús en ellos.




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