La pequeña María tiene cáncer terminal, su estado es crítico, sufre mucho con dolores de cabeza que la hacen llorar y hasta desmayarse. Desde hace varios meses que vive en el hospital. Su papá, Jonás, ha quedado solo con la responsabilidad del caso, su mujer los abandonó a los pocas semanas de nacida la niña, fruto de un error, decía ella.
Él ha hipotecado su casa para salvar a su hija, pero no hay nadie que le dé una esperanza, todo está perdido... toca muchas puertas y las miradas algunas indiferentes, algunas compartiendo sus lágrimas, van acompañadas de la misma frase: "ya no se puede hacer nada".
Jonás, abatido, recuerda que hoy es cumpleaños de su María, y antes de regresar al hospital, pasa por una florería, al menos las flores alegrarán el deprimente cuarto blanco y frío del hospital.
Al entrar por la puerta, la pequeña lo ve y le da una gran sonrisa... "Perdón, hija, no he podido hacer nada por ti". La niña, recibe las flores, lo ve y seca las lágrimas de su papá: "Haz hecho todo, eres el mejor papá del mundo".
Muchas veces el fracaso nos impide ver lo grandioso de nuestro esfuerzo. Nuestra existencia es limitada, pero nuestra esperanza es mayor. Cuando parece que nada hemos podido hacer, levantemos confiados la mirada y descubramos que quienes nos aman, saben valorar nuestro esfuerzo, más allá de cualquier resultado.
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